Los discursos parlamentarios de Práxedes Mateo-Sagasta

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Legislatura: 1882-1883 (Cortes de 1881 a 1884)
Sesión: 3 de febrero de 1883
Cámara: Congreso de los Diputados
Discurso / Réplica: Discurso
Número y páginas del Diario de Sesiones: 37, 761-763
Tema: Abolición del juramento religioso

El Sr. Presidente del CONSEJO DE MINISTROS (Sagasta): Pido la palabra. [761]

El Sr. PRESIDENTE: La tiene V. S.

El Sr. Presidente del CONSEJO DE MINISTROS (Sagasta): Yo siento mucho no haberme explicado bien: debo haberme explicado muy mal, cuando tan mal me ha entendido mi amigo particular el Sr. González Serrano, y cuando no me ha comprendido el Sr. Carvajal? y sintiendo por esto haber violentado su conciencia; no ha sido ese mi ánimo; que yo respeto mucho la conciencia de todo el mundo, y mucho más de quien la tiene tan susceptible y tan estrecha como el Sr. Carvajal. Perdóneme, pues, mi distinguido amigo, que ahora, en compensación, voy a ver si le devuelvo la tranquilidad a su atribulada conciencia.

Yo, al hablar de preocupaciones, no las he calificado de rancias; por el contrario, he dicho que eran muy respetables todos aquellos sentimientos que arrancaban de la conciencia, o que tenían su origen y su raíz en la conciencia, aun cuando provinieran de preocupaciones, y aun cuando estas preocupaciones se llamen, como algunos de vosotros las llamáis, rancias; pues aun cuando rancias, para mí son siempre muy respetables. Ya ve el Sr. Carvajal como no tenía motivo para que su conciencia se sublevara; pero que yo protestaba hasta de los que llaman rancias a ciertas preocupaciones, que en efecto las hay y las puede haber; pero si arrancan de la tradición, ya he dicho antes que eran sumamente respetables, y porque vosotros las olvidabais y las teníais poco en cuenta, es por lo que yo os criticaba.

De manera que me choca mucho que el Sr. Carvajal se asuste de lo que yo digo, y no por lo que S. S. hace. De la misma manera que me ha entendido mal el Sr. González Serrano respecto de las preocupaciones, me ha entendido mal respecto a la alusión que he podido hacer a ciertos partidos de ciertos países que he tenido buen cuidado de no nombrar. Yo tendría derecho a decirle a S. S.: ¿a qué país he ofendido? ¿no me lo quiere decir S. S.? Dígamelo. (Varios Sres. Diputados: No, no.) Pues si yo no he citado a ninguno, ¿de dónde ha deducido el Sr. González Serrano que yo podía atacar a algún país? Pues entonces será la verdad lo que yo decía, porque no tiene aplicación a nadie, esto es evidente; yo no he citado país alguno; no he citado más que los hechos que realiza cierto partido en algún país. ¿No son ciertos los hechos? Pues no tenían aplicación a ningún país. ¿Lo son? Pues no tiene nada de particular que se hable de ellos, porque son públicos.

Pero yo no me he metido a hablar de Nación alguna, ni mucho menos de la entidad Gobierno que pueda regir a ninguna Nación, porque sé tanto como S. S. y tengo obligación de conocer mejor que S. S. los respetos que se deben de una Nación a otra Nación, y las consideraciones que se deben a Gobiernos que rigen a las demás Naciones, no sólo estando en buenas relaciones como felizmente estamos con todos los países del mundo, sino aun con aquellos con quienes no tuviéramos las relaciones cordiales que tenemos con todos.

Por consiguiente, S. S. no ha estado bien en este punto; no ha debido hacerme ese argumento, y en todo caso el patriotismo exigía de S. S. que si yo hubiera tenido, que no he tenido, algún descuido en este punto, como español debiera S. S. haberlo callado.

Esto era lo que me importaba rectificar; que lo demás son apreciaciones de S. S. que yo sin más que indicarlas dejaré perfectamente contestadas.

Que en España, Sres. Diputados, no hay libertad de imprenta. ¿Es eso lo que quiere decir S. S.? Que nosotros que predicamos la libertad de imprenta, no la hemos dado; la imprenta está en España tan aherrojada, tan oprimida y violentamente tratada como en ningún país del mundo. ¿Quiere S. S. que haga esa afirmación? La hago. Pero el país nos juzgará a S. S. y a mí, y tengo la seguridad de que me ha de dar a mí la razón, y que estamos concediendo a la imprenta toda la libertad que le prometimos, y en mi opinión más libertad de la que prometimos; y si la libertad práctica que tiene hoy no es una libertad legal, no tiene el Gobierno la culpa; más de seis meses ha tenido un proyecto ya para discutirle, y no se ha discutido pro dificultades independientes del Gobierno; que éste ha hecho todo lo posible para que se emitiera dictamen. Pero entre tanto, sin esa libertad legal, la prensa sin embargo la disfruta, y me parece que no se debe quejar el Sr. González Serrano de las malas intenciones que el Gobierno tiene respecto de la prensa.

En todo lo demás que ha dicho el Sr. González Serrano para probar que el Gobierno no ha cumplido en el poder los compromisos que contrajo en la oposición, no tengo más que dejarlo al juicio de todos los señores Diputados y al juicio de la opinión pública. Por lo demás, yo he sostenido, y S. S. ha venido a demostrarlo, que esta no es una cuestión de partido ni debe ser una cuestión de partidos; y ha venido a demostrarlo diciendo que en todos los partidos hay partidarios de que se suprima el juramento. No hay más sino que su señoría no hace caso más que del lado que le es favorable, pero no del que le es adverso, pues en todos los partidos hay partidarios de que no quede abolido el juramento. La cuestión es que S. S. cree que son más los partidarios de la supresión del juramento que los de la continuación. Yo creo al contrario de S. S., que si fuéramos a preguntar en la España cuál era la opinión de sus habitantes respecto a la supresión del juramento, de los 16 o 17 millones de habitantes que tiene España, apenas habría un millón que pensaran como S. S.; los 15 o 16 millones restantes estarían con el Gobierno en esta cuestión. Pero esto mismo prueba que esta cuestión no es, ni puede ser, ni conviene que sea una cuestión de partido.

El Sr. González Serrano ha insistido en que yo he sido perjuro. No es exacto. Yo acepté una situación que voluntariamente me creé, y por lo tanto no he llegado a serlo.

Cuando yo he jurado o he prometido, he cumplido mi juramento o he correspondido a mi promesa siempre. Por consiguiente, a mí no me embaraza nada, ni el juramento ni la promesa, ni a S. S. debe tampoco embarazarle en condiciones tales como las en que hoy viene establecido.

Por lo demás, voy a hacer una pequeña rectificación en cuanto a haber dicho yo que S. S. quiere quitar el juramento o la promesa para todos los asuntos políticos, civiles y jurídicos, en fin, en toda clase de asuntos. Hay, en efecto, una pequeña equivocación en lo que yo he dicho, y voy a deshacerla. Su señoría hace una concesión; quiere que quede suprimido el juramento en todo, y que cuando más quede la promesa para los asuntos jurídicos. Esta es la única modificación que SS. SS. hacen.

Pues bien; así y todo, no me parece aceptable la proposición de S. S., porque en ciertos asuntos, créamelo S. S., no es conveniente la supresión del juramento, y como no estorba para nada al desenvolvimiento de las ideas liberales y al desarrollo de la libertad; [762] como no mortifica la conciencia de nadie, ni contraría preocupaciones respetabilísimas, Sr. Carvajal, que tengo mucho miedo de que su conciencia se subleve, preocupaciones respetabilísimas de un pueblo tan eminentemente católico como el pueblo español, sentimientos que veo con mucho gusto mío encarnados en el Sr. Carvajal, no hay inconveniente en que se haga lo que nosotros queremos. Yo no sabía hasta dónde llegaban esos sentimientos católicos del Sr. Carvajal: no hay más sino que aunque S. S. fuera tan católico apostólico romano como lo es la mayoría del pueblo español, tiene la desgracia por lo menos de no practicarlo aparentemente de manera que se vea. (Rumores en los bancos de la minoría republicana.)

No hay que alarmarse por mis palabras; el señor Carvajal no practica, no aplica esos sentimientos en la cuestión del juramento, porque los que se precian de ser muy católicos apostólicos romanos se sublevan contra la supresión del juramento, y el Sr. Carvajal no sólo no se subleva, sino que pide la supresión. (El señor Carvajal: No lo sabe S. S.) ¿Pues no ha firmado su señoría?

En fin, si en lo que he dicho he podido lastimar en algo a S. S. téngalo S. S. por no dicho. Yo creo de todos modos, yo creo que no es católico apostólico romano el que pide la supresión del juramento, o el que transige con la supresión del juramento; y si S. S. lo duda, que se lo pregunte a los que pasan por modelos de católicos apostólicos romanos, que de seguro le contestarán lo que yo estoy diciendo a S. S.

De manera que no hay para qué alarmarse, ni yo he querido tampoco alarmar a S. S. ¿Quiere S. S. que diga que es católico apostólico romano? (El Sr. Carvajal: No, no.) Yo, ante todo, lo que no quiero es alarmar a S. S., porque S. S. me tiene con cuidado. Y por lo mismo que no quiero alarmar la conciencia de nadie, busco transacciones que no estorben el desenvolvimiento de las ideas políticas que profeso, ni la realización de los compromisos que he contraído. Precisamente por eso creo que no hay más remedio que seguir los consejos de la prudencia, buscando términos de transacción, a fin de que estos asuntos tratados de cierta manera no nos creen enemigos, no hagan antipática la libertad, no hagan temerosos a los Gobiernos que se proponen realizarla. Y como este es el objeto que el Gobierno se propone, cree conseguirlo con estas transacciones, abrigando la esperanza, después de haber oído al Sr. Carvajal en las interrupciones que me ha hecho, de que al fin y al cabo S. S. vendrá conmigo a un común acuerdo, en unión con los conservadores, los constitucionales, con la izquierda dinástica y hasta con los amigos de S. S. Esa confianza abrigo, y en esa confianza me siento contento y satisfecho. [763]



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